thaumatrope

Thursday, October 12, 2006

 

El sol del membrillo. Erice. (1992)

Cuando iniciamos una obra la creemos siempre posible, aunque quizá y en verdad no lo sea. Ella es eterna, inesperada, insoslayable y siempre, siempre…cambiante. Y además de todo ello, esta como demuestra Erice día tras día, viva, demasiado viva.
Sin embargo, el pintor comienza su obra, adaptando su técnica a las adversidades y preparando su arsenal una y otra vez: corta las maderas, hace el recuadro, corta la tela, pinta su fondo y luego con la misma parcimonia y dedicación sale a ese patio que ya pertenece puramente al Membrillo, y el pintor siente, cuando clava sus pies en el suelo, como potencialmente crucificado, que el membrillo será captado con el sol de la mañana, que el cuadro mostrará la verdad, la verdad real cuando el frutal se deje retratar por mas rayas e hilos que tenga encima.
Este deseo de ciencia que inspira al artista, esta voluntad objetiva que sostiene su anhelo. Esta obstinación contra el paso del tiempo, contra la naturaleza misma, sostiene la obra, pero ni siquiera logra inmortalizar los instantes.
Hasta que finalmente – una de las mañanas - se descubre el primer fruto sobre el suelo, al costado del tronco inmóvil. El verdadero pintor, no se inmuta, sacará el fruto de su dibujo original y volverá a recomenzar su labor infinita. Pero luego, los frutos caerán uno a uno. Y el pintor se parará frente al árbol casi deshojado, se detendrá a mirar el paso del tiempo, se parará frente a la imposibilidad de la obra.

Comments:
un poco lento el pinto, dijo María!
 
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